Santiago Carrillo pactó con Adolfo
Suárez el contenido de su primera declaración tras la legalización del PCE.
VICTORIA PREGO
Bajo la férrea vigilancia de las Fuerzas
de Orden Público, el PCE empezó a salir de la clandestinidad varios meses antes
de ser legalizado.
«...Yo no creo que el presidente Suárez
sea un amigo de los comunistas.Le considero más bien un anticomunista, pero un
anticomunista inteligente que ha comprendido que las ideas no se destruyen con
represión e ilegalizaciones. Y que está dispuesto a enfrentar a las nuestras,
las suyas. Bien, ése es el terreno en el que deben dirimirse las divergencias.
Y que el pueblo, con su voto, decida».
Así termina la declaración que Santiago
Carrillo, líder del, hasta ese día histórico, ilegal Partido Comunista de
España, hace pública desde Cannes a las 18 horas del 9 de abril de 1977, Sábado
Santo.
La declaración es su primera reacción
ante la noticia, inesperada y casi inverosímil para todos los españoles, de que
el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, acaba de legalizar al PCE, el más
odiado por los franquistas, el más temido por la sociedad.
La noticia cae literalmente como una
bomba en el país. Provoca el estupor y el miedo en los sectores no politizados,
una indignación inmensa en la derecha franquista y una furia casi incontenible
en el seno del Ejército.
Lo que nadie en España puede imaginar es
que esa declaración de Carrillo no es obra suya sino producto de una
negociación, palabra por palabra, con el propio presidente Adolfo Suárez, quien
ha pedido expresamente a Carrillo que se abstenga de elogiarle. Su petición ha
sido enviada, como siempre durante los últimos nueve meses, a través de José
Mario Armero, abogado y presidente de la agencia de noticias Europa Press, y
uno de los pocos hombres que apoyó incondicionalmente a Suárez en todo el
proceso que acabó en la legalización.
Es más, Santiago Carrillo se encuentra
en esos momentos en Cannes por indicación directa de Suárez, que hace días ya
le ha advertido de que la legalización es inminente y que conviene que no esté
en España cuando salte la noticia.
Y un detalle curioso: a Carrillo no le
hace demasiada gracia que la legalización del PCE se haga en plena Semana Santa
y así se lo había expuesto a José Mario Armero: «Santiago me dice que pediría
que no se hiciera la legalización en Semana Santa porque hay muchos comunistas
muy religiosos y no sería bueno hacer coincidir las alegrías de la legalización
del PCE con los actos de pasión de la Semana Santa».
Pero las cosas son como pueden ser, y
ése es para Suarez el momento menos difícil para intentar una operación que
sabe casi imposible.Así que Carrillo se conforma porque ya tiene lo que más le
importa: el anuncio de que su sueño de décadas puede estar a punto de
cumplirse.
«Días antes del Sábado Santo», confirma
Carrillo, «a través de Armero me dicen cómo van a intentar la legalización y me
recomiendan que no esté aquí. Yo me voy entonces a casa de Lagunero y quedo con
Armero en que él me llama en cuanto la legalización se produzca».
Teodulfo Lagunero es para Carrillo lo
que Armero es para Suárez: un amigo dispuesto a ayudar al líder comunista hasta
el límite de sus fuerzas y a apoyar la causa de la legalización del PCE porque
cree en ello. Y que, como Armero, pone todo su esfuerzo en la misión a cambio
de nada.
Teodulfo Lagunero tiene un chalé en la
Costa Azul, Villa Comet, y allá se va con su amigo Santiago a esperar el
momento mágico y desde luego histórico que permitirá coronar el fragilísimo e
inestable castillo de naipes que está levantando trabajosamente el presidente
del Gobierno. Sin esta última carta, la construcción emprendida no estaría
completa, pero ésta es precisamente también la carta que podría hundir
definitivamente el esqueleto del futuro edificio y acabar para siempre con el
proyecto.
«Yo nunca había visto a Santiago tan
nervioso», recuerda Lagunero.«El es un hombre templado, tiene nervios de acero,
pero aquella vez estaba impaciente, intranquilo, ansioso. No es que desconfiara,
no. El estaba convencido de que el partido se legalizaba, pero quería que fuera
ya, que todo sucediera de una vez».
Tiene motivos Santiago Carrillo para no
desconfiar: muy pocas semanas antes, el 27 de febrero por la tarde, el líder
comunista había celebrado una entrevista en el máximo de los secretos con el
propio presidente Suárez. Por entonces él era el jefe de un partido clandestino
y apreciaba bien la valentía y la decisión de un presidente del Gobierno que,
en medio de un clima político extremadamente incierto, se había arriesgado
hasta el punto de aceptar verse cara a cara con él. De aquel encuentro
secretísimo Carrillo había salido sin ningún compromiso por parte de Suárez
pero sí con dos convicciones: una, que la legalización se iba a producir y,
dos, que Adolfo Suárez era hombre en cuya palabra él podía confiar. Los hechos
posteriores no le desmintieron, todo lo contrario.
El Viernes Santo, 8 de abril, Adolfo
Suárez se queda en Madrid con muy pocos de los suyos, los que él necesita para
dar este salto mortal de resultados más que inciertos y en el que se lo está
jugando todo. Y no sólo él: también se juega todo el Rey, que está al tanto de
la operación y la bendice.
SOLO ANTE EL PELIGRO
El presidente se queda en Madrid sólo
con las personas imprescindibles
«En ese momento, Adolfo no cuenta con
casi nadie» dice Armero, «y esa decisión que él toma, de mandar a todo el mundo
fuera de Madrid, es algo más que un acto simbólico de estar solo ante el
peligro. Ese día nos quedamos en Madrid muy pocos, exactamente los que él
necesita para mover el juego de ajedrez. Y nada más».
Las operaciones jurídicas y
administrativas imprescindibles para cerrar la operación están aún sin terminar
ese viernes y no será hasta el día siguiente cuando todas las jugadas acaben
cuajando en un resultado positivo. Pero eso nadie, ni siquiera Suárez, lo sabe
con certeza todavía.
Por eso, el propio presidente del
Gobierno y cinco de sus ministros trabajan ese día en un Madrid vacío por
vacaciones, en silencio absoluto y a toda velocidad, pero con el vértigo de no
saber si las cartas que esperan tener pronto en las manos les van a permitir
ganar finalmente la partida.
Sábado Santo, 9 de abril. Las cosas se
suceden esa mañana a un ritmo frenético. «Esa mañana temprano me llama Suárez»
cuenta José Mario Armero, «y me dice: 'Voy a legalizar hoy al Partido
Comunista'. Yo me puse muy nervioso y, como no sabía si tenía el teléfono de mi
casa intervenido me tuve que marchar a la calle.Estuve andando por Madrid yo
solo, esperando la llamada definitiva».
Pero lo más importante, lo que va
a permitir a Suárez tomar en cuestión de horas la decisión de legalizar el PCE,
está aún por llegar. Se trata del dictamen de la Junta de Fiscales, que ha sido
convocada de máxima urgencia ese Sábado Santo a las nueve de la mañana.
Los fiscales deliberan durante tres
interminables horas. Por fin, a las doce del mediodía la cúpula de la Fiscalía,
presidida por el fiscal del Reino, concluye que, de la documentación que le ha
sido presentada «no se desprende ningún dato que determine de modo directo la
incriminación del expresado partido [el PCE] en cualquiera de las formas de
asociacion ilícita que castiga el artículo 172 [del Código Penal] en su
reciente redacción».Vía libre, pues, para Adolfo Suárez.
Una hora después, a la una de la tarde,
el Ministerio de la Gobernación ya tiene preparada la resolución por la que el
PCE queda inscrito en el registro de Asociaciones Políticas según la
terminología vigente en la época. Y tanta prisa se dio Rodolfo Martín Villa,
hoy presidente de Endesa y en aquel tiempo ministro de la Gobernación, en dar
cauce rapidísimo a la legalización del PCE, que el documento que entra a formar
parte del expediente oficial del caso se queda sin firmar. Pasados los años,
siendo ministro del Interior el socialista José Barrionuevo, Martín Villa firmó
por fin para la Historia un documento tan singular.
A esa misma hora, y en una carrera
contra reloj perfectamente sincronizada, José Mario Armero, el intermediario de
Suárez, llama a La Moncloa y recibe de boca del presidente la noticia que tanto
había esperado: «Hablé con Suárez a la una de la tarde desde un bar del Rastro,
el bar Alvarez. Después me marché inmediatamente a casa de mi amigo Basilio
Martín Patino, [director de cine] para poder hablar ya más tranquilamente.
Desde allí hablé con Carrillo y le comuniqué la noticia que, en principio, pues
casi no lo podía creer».
Teodulfo Lagunero describe aquellos
primeros instantes en su casa de Cannes, al borde del mar, como de un
entusiasmo indescriptible.
Lo había estado esperando durante
décadas, había empezado a considerarlo posible tan sólo hacía unos meses, lo
sintió ya como cierto muy pocas semanas atrás y, por fin, ese día 9 de abril de
1977, se había hecho realidad en las siete palabras que Armero le lanzó por el
teléfono: «Ya se ha legalizado el Partido Comunista».
Y, sin embargo, tiene razón el líder
comunista cuando, años más tarde, comenta las sensaciones vividas en aquel
instante único: lo más emocionante no fue ese momento irrepetible, sino todos
los episodios que lo habían precedido y que habían ido abriendo, muy poco a
poco, y en un recorrido cargado de alta tensión dramática, el camino para que
ese día de Semana Santa acabara por llegar:
«Era un momento emocionante, pero
es verdad que, para quienes habíamos seguido ese proceso de cerca, ya no era
tan emocionante porque era algo que esperábamos. Había sido mucho más
emocionante el proceso en sí y los episodios que habíamos vivido, que la propia
legalización».
A esas horas, la noticia política más
importante y más decisiva de la historia de la Transición española es todavía
un secreto.Y lo es porque el presidente Suárez necesita imperiosamente amarrar
toda reacción, cada una de las palabras que vaya a pronunciar a partir de ahora
el líder comunista y cada uno de los comportamientos que los militantes del PCE
vayan a exteriorizar públicamente en todo el país.
«El contaba con el hecho de que estaba
solo», explica Armero, «que no tenía ni amigos, ni ministros, ni militantes que
le fueran a apoyar cuando se encontraran nada menos que con la noticia de la
legalización del Partido Comunista en plena Semana Santa.¡Claro que temía la
reacción y era lógico temerla! El quería hacer la mejor presentación posible de
una decisión así, y por eso se hace la declaración».
Las negociaciones para la declaración
pública del líder comunista se hacen a golpe de teléfono entre los dos hombres:
Carrillo desde Cannes, Armero desde Madrid.
«Hombre, yo iba diciéndole a Carrillo lo
que a Suárez le gustaría que se dijera. Santiago estuvo muy fácil, hizo la
declaración de acuerdo con lo que yo le iba diciendo que era más conveniente y
que tampoco iba contra sus principios».
Mientras la larga negociación telefónica
transcurre, hay un hombre estupefacto que asiste al desarrollo de las
conversaciones.Teodulfo Lagunero no da crédito a lo que oye de labios de
Carrillo:
«Santiago tenía que hacer una
declaracion pública en la que poco menos que se metía con Suárez diciendo algo
así como que era anticomunista. Y le dije:
Hombre Santiago, yo creo que eso al
pueblo español no le va a gustar, es un acto de desagradecimiento. Joder, si al
jefe del Gobierno que te legaliza, tú vas y te metes con él van a decir '¿Pero
este hombre quién es? ¡Pues vaya un sentido del agradecimiento que tiene!'. Y
me dice Santiago:
Sí, ya lo sé, pero es que me lo ha
pedido el propio Suárez y el que yo haga esta declaración está dentro del
acuerdo.
Bueno, pues hazla muy moderadamente, de
modo que no parezca un gesto tuyo de desagradecimiento, porque el pueblo no
sabe que tú has pactado esa declaración».
«Entonces Santiago la redactó en mi
casa, allí, de puño y letra, la firmó Villa Comet, 9 de abril, Tehoule sur Mer
y me la regaló.Tiene tachaduras de cosas que se modificaron sobre la marcha, se
la leyó por teléfono a Armero, que aún le dijo que cambiara algunos pequeños
detalles. Santiago aceptó, le dijo que los podía cambiar y esa fue la
declaración que dió enseguida Europa Press sobre la reaccion de Santiago ante
la legalizacion del Partido».
DRAMATICO Y CHUSCO
Carrillo criticó públicamente a Suárez a
petición del propio presidente del Gobierno
La situación, anómala y casi
surrealista, encaja perfectamente con el espíritu que dominó el proceso de
Transición desde su comienzo hasta que la Constitución fue aprobada. Este es
uno de los incontables episodios tan dramáticamente arriesgados como
irremediablemente chuscos de los que tuvieron lugar durante aquel tiempo.
«¡Joder!», recuerda Lagunero que le
comentó a Santiago Carrillo.«¡Ahora resulta que el secretario general del
Partido Comunista recién legalizado se mete con el jefe del Gobierno que le
acaba de legalizar y lo hace, además, a petición del propio presidente del
Gobierno!» Pero él me dijo:
«Así son las cosas de la política».
Carrillo, por su parte, aclara: «Yo
sabía que si le daba un abrazo [a Suárez] en ese momento, era el abrazo del oso
e iba a agravar todavía más sus dificultades. Y sabía también que si emitía una
reserva sobre Suárez, en el fondo eso le iba a ayudar. Era una forma de mostrar
que la legalización del PCE tampoco era una bajada de pantalones de Suárez.
Diciendo que Suárez era un anticomunista inteligente pensábamos ayudarle porque
a nuestra gente la legalización le bastaba para considerar a Suárez de una
manera positiva, de nuestro lado no le iba a perjudicar».
A las seis de la tarde salta la noticia
por los teletipos de la agencia Europa Press, la que tiene como presidente a
José Mario Armero, quien se cobra así un precio simbólico y más que merecido
por los esfuerzos denodados que ha dedicado a esta causa durante los últimos
nueve meses.
La noticia es recogida inmediatamente
por Radio Nacional de España:
«Señoras y señores, hace unos momentos,
fuentes autorizadas del Ministerio de la Gobernación han confirmado que el
Partido Comunista...perdón... que el Partido Comunista de España ha quedado
legalizado e inscrito en el... perdón... (ráfaga musical)... Hace unos momentos
fuentes autorizadas...(ráfaga musical)».
Los españoles se quedan en ese instante
sin aliento. Así mismo se ha quedado ante el micrófono el periodista de Radio
Nacional de España Alejo García que, vista la noticia en el teletipo, la
arranca y sale corriendo al estudio para transmitir semejante bombazo
informativo a todos los ciudadanos. A Alejo García no es sólo la emoción del
impacto, sino también los efectos de la carrera los que le han dejado sin
resuello.
Por fin, pasados unos segundos, retoma
la palabra y suelta la noticia completa: el Partido Comunista ha quedado
legalizado e inscrito en el Registro de Asociaciones Políticas.
«Eso era la ruptura» asegura Santiago
Carrillo. «La ruptura con el pasado era la destrucción de todo lo que había
sido la argumentación básica del régimen, según la cual el franquismo había
surgido para contener la revolución comunista. Que se legalizara al PCE era
romper ya con eso definitivamente. Yo creo que ese fue un momento crucial y por
eso muy difícil, el más difícil de la Transición».
La noticia corre por toda España en
cuestión de minutos. El júbilo de los militantes del partido es inmenso, pero
sucede que, junto con la noticia, han recibido también unas instrucciones muy
precisas: nada de demostraciones excesivas de júbilo que puedan ser
consideradas como una provocación. Contención y buenas maneras.Esa es la orden.
El PCE era todavía por entonces, y lo
siguió siendo durante algunos años más, un partido perfectamente disciplinado
que obedecía como un sólo hombre las consignas de su dirección. Y, aquel día
extraordinario, las bases responden sin excepciones y sin la menor resistencia
a las órden impartidas por Santiago Carrillo.
«Armero, de parte de Suárez, nos había
dicho que si, como consecuencia de la legalización, se creaba en la calle una
situación de desorden, con banderas rojas, con La Internacional, con todo, eso
podía dar pretexto al Ejército para intervenir.
Quizá nos pareció un poco exagerado,
pero tampoco era tan irreal.Por eso decidimos aconsejar a nuestros camaradas
que fueran prudentes, que no manifestaran de una manera desabrida o exultante
su euforia porque se trataba de un proceso complicado y difícil en el que había
que ir paso a paso y en el que había que evitar provocar a la ultraderecha y
fundamentalmente al Ejército».
Tanto el líder comunista como el
presidente del Gobierno tienen perfectamente claro en ese instante que este
delicadísmo tramo de la transición política hacia la democracia sólo se podrá
recorrer con alguna garantía de éxito si cada una de las dos partes cumple
escrupulosamente su palabra y juega con total lealtad hacia el otro.
Es decir, si a cada movimiento de uno se
sucede una reacción del otro que sea estrictamente la esperada o la solicitada.
Nada más. Y nada menos.
Por eso, porque la moderación de los
comunistas está en el pacto no escrito entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo,
un pacto mudo que fue sellado en el encuentro secreto que ambos celebraron en
la casa de campo de José Mario Armero el 27 de febrero, no hace ni seis
semanas, por eso se cumple religiosamente el compromiso de la moderación
pedida.
Centenares de manifestaciones de militantes
comunistas se celebran en toda España. Las banderas rojas con la hoz y el
martillo ondean sin afán de provocación pero también sin complejos y la alegría
es más que palpable en las caras de los militantes.
Ahora bien, todas las manifestaciones
tienen lugar en medio de un orden impecable. Muchas de ellas discurren por las
aceras o a un lado de la calzada para no interrumpir el tráfico, cosa
innecesaria porque en esos días las ciudades españolas están prácticamente
desiertas a causa de las vacaciones de Semana Santa.
En el interior de los locales que a lo
largo de años han albergado de una u otra manera al PCE, la celebración es por
todo lo alto.
La sede clandestina del Partido
Comunista en Madrid ha estado durante años en la calle de Peligros. Oficialmente,
albergaba el Centro de Estudios de Investigaciones Sociales, CEISA. A partir de
ese día una pancarta enorme cubre las cinco ventanas de la fachada con esta
leyenda: PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA.Esta es la sede del PCE.
En Cannes, mientras tanto, Santiago
Carrillo hace las maletas.Se viene inmediatamente para Madrid. Le van a
acompañar en el viaje tres personas: su mujer, Carmen; Teodulfo Lagunero y la
mujer de éste, Rocío.
Lo peor y más dramático de este episodio
está aún por llegar. Santiago Carrillo lo intuye. Pero para Adolfo Suarez se
trata de una absoluta y aplastante certeza.
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